Naturaleza

Sentir mi naturaleza es sentir a Dios. Sentir a Dios es sentir al padre, la madre y a esta mente viviente. Sentir es una poderosa divinidad que me insta a detallar el significado de vivir entre lo natural, la fuerza, energía y tan tremenda valía que camina por tan sagrada tierra. Sentir lo natural fue como sentir el poder interno que me habita, hecho que experimente al encontrarme en un mercado cercano a casa, mercado al que acudo constantemente para proveerme de víveres. Tiempo atrás llegar al mercado Xilotzingo para realizar mis compras era de lo más rutinario, normal y apremiante ni por un segundo me percataba de la vida que corría por mis venas, mucho menos de la vida que me rodeaba, solo llegaba urgida para abastecer el hogar de alimentos, lo demás era secundario. Cubrir responsabilidades hogareñas era primordial, ni por un instante me percataba de la vida moviéndose, latiendo, sintiendo, pensando, actuando no era conciente de mí, mucho menos de la vida caminando. Cierto día estando en el mercado Xilotzingo en cuestión de segundos sentí la vida vibrando, moviéndose, moviéndome fue como una revelación de la vida desde otro espectro, fue como un desprenderme de mi ego para mirar al natural el entorno, tomar conciencia de las almas que ahí nos congregábamos cubriendo prioridades. Me detuve, me tome varias fotos, me mire al natural, sentí mi naturaleza, sentí una increíble sensación de unidad. Tremenda paradoja se presentaba ante mi para resolver, ser una y a la vez muchos arropados por la madre tierra. Exigente paradoja que me estaba demandando desprenderme de mi ego para mirarme en un TODO paradoja que me estaba urgiendo dejar de atropellar a la vida y entrar en un ritmo de unidad. En cuestión de instantes derrumbe murallas, prioridades, pensamientos delatando egoísmos, urgencias e inconsciencias, caminaba inconscientemente hasta el grado de caer. Me queda claro que el ego nubla la razón, derrumba el corazón y aniquila el espíritu borrando todo significado mi esencia. Un instante en aquel mercado, al que por cierto sigo visitando, me llevo a descorrer pendientes por resolver –dejar de atropellar la vida– –ser una y a la vez todos–. Me concibo solitaria, lo cual no significa que vivo aislada contacto cuando es necesario, cuando el corazón pide acercarme a alguna alma para saludar, reacciono cuando me llega un halo de pureza, me integro cuando la naturalidad me invita efecto del día que tome conciencia del TODO. Concebirme en unidad es un regalo divino obtenido en un instante de mercadear. Y no es cuestión de conocer, llevarme o ser aceptada con medio mundo no, va más allá de lo que se mira superficialmente, es una cuestión de unidadvibración, ritmo y correspondencia al sentir humanidad. Es ser una y todos. Tremendo ego que no me permitía mirar más allá de mi nariz, vivía corriendo como loquita para no estar entre multitudes, añeja actitud. El correr de los años, las experiencias y vivencias que he atravesado me han llevado a tomar conciencia de lo tremendamente difícil que era para mi convivir con otros hasta que llego el momento de resolver mi crisis; disolver el ego para unificarme, tomar conciencia de que soy una y todos paradoja que resolví en la medida que me fui desprendiendo de juicios, clasismos, egoísmos y devaluaciones. Como todo en la vida, el costo más alto fue derrumbar el ego, aceptar, sentirme, para sentir la unidad. Antes me asfixiaba al sumergirme entre multitudes, hoy lo disfruto a tal grado que me dejo llevar por aleadas y oleadas de almas y me encanta porque lo siento, me siento, vibro al unisonó. Lo constata un hecho recientemente experimente, un recuerdo tan nítido que difícilmente olvidare e intentare describir; me encontraba en la central de abastos, en la nave de verduras, había que caminar por un largo y ancho corredor para llegar al punto de compra. Avanzaba y avanzaba de pronto me vi atrapada entre marejadas de almas yendo y viniendo, formando largas e interminables filas, caminar era prácticamente imposible, estábamos pegados uno a otro, uno a otro, escenario que contrario a alterarme lo aprovechaba al máximo. Era tal el número de almas que ahí nos congregábamos que se tornaba insuficiente y atrapante. Mi caminar era lento, atrás de mi venia mi hijo, delante de mí almas, a un lado almas, al otro lado almas, almas por doquier caminando lenta, muy lentamente semejándose un túnel donde no cabría ni un alfiler más, la alternativa era avanzar para llegar al punto deseado. Consuelo gozando tan tremenda oportunidad e Iván, no sé, desconocía cómo se sentía mi hijo, yo gozaba mi naturaleza en unidad, ahí adentro resolviendo mi propia paradoja –una entre unos– hermosa experiencia que jamás olvidare fue la llave que resolvió mis crisis. Experiencias de este tipo se vuelven a replicar inesperadamente y contrario a evadirlas las aprovecho a su máximo esplendor. La vida es una, gira y gira en torno a uno y muchos, divina paradoja que resolví congraciándome con la madre, el padre y esta mente viviente. Se que tales términos no son comprensibles, lo sé porque me llevo décadas llegar a comprender, entender y descifrarlos hasta el punto de hacer alquimia con ellos. Quien se atreve a tocar su propia esencia y conciencia resuelve múltiples paradojas. Hoy en día cada que llego a Xilotzingo o voy a la central de abastos disfruto hacer mis compras en silencio, sintiendo, latiendo en unidad con el TODO.

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