Benevolente


Dar, aceptar, respetar la vida que me rodea me significa ser benevolente. Escuche la palabra durante un trayecto de vida diaria y al escucharla me cuestione; ¿Soy benevolente conmigo? Claro que es maravilloso ser benevolente con otros, es realmente virtuoso. Concibo que el Ser benevolente es dar a otros como efecto del ser benevolente con uno, reflexión que me dio la respuesta del sí soy o no soy benevolente conmigo, y me respondo; -no, no soy benevolente conmigo- lo dictamina la sinceridad del corazón. Y al no ser benevolente conmigo me arriesgo a generar contaminación espiritual, lo sabe el corazón y lo atestigua el espíritu. Aun y cuando me he dado a la tarea de una renovación mental, espiritual y corporal aun me habitan recovecos de bajas densidades, inconsciencias para ser saneadas a la brevedad. Poseo vida para cerrar pendientes ancestrales, como la falta de benevolencia hacia mí, no me queda más remedio que poner manos a la obra e indagar; ¿Soy benevolente con mi cerebro? -No, no lo soy- es mínimo el tiempo que me tomo para darle nutrientes en aras de fortalecerlo, ejercitarlo, activarlo y hasta serenarlo. Fueron décadas encuadrándolo con paradigmas ajenos a mí, el resultado fue un extravió terrible y no lo lamento por el contrario me pone feliz descubrir una beta más para ser renovada. Nutro mi cerebro cuando razono, comprendo, analizo o activo mis capacidades solo requiero incrementar la intensión hasta atestiguar que soy benevolente con mi cerebro. Le impregno energía para ejercitarlo, sobre todo cuando de realizar abstracciones se trata, el hacerlo me maravilla. Cuando la flojera apela al confort, enciendo el botón de la energía para accionarlo, recién me encuentro sacando fuerza y voluntad para convertir el acto en disciplina. Cuando evado situaciones complejas que apelan a la lógica me armo de valor y entereza para mirar -lo fea que me veo ocultándome tras la evasión- eso no ser benevolente con mi cerebro eso es ser evasiva. Me valgo de múltiples posibilidades sean caseras, teóricas, sociales o culturales para serenar este cerebro sobre todo cuando se frustra, entra en crisis o no comprende, la fórmula es simple; -me calmo y él se calma-. Tengo claro que es tal la capacidad cerebral que poseo que no se halla en mi cabeza para mirar trivialidades televisivas, noticiosa, alarmas, miedos o contaminaciones terrenales me conozco tan bien que el simple hecho de fijarme una meta, como activar este cerebro, es para cumplirla porque si de algo he de jactarme es de mi arrogancia por lograr objetivos. ¿Soy responsable con mi cuerpo? -No, recién estoy tomando conciencia de él. Si dijera sí, sería una mentirosa, recién lo acepto y conozco. Las décadas han dejado a mi cuerpo desgastado, cansado y con la piel arrugada así que abra que ejercitarlo, alimentarlo sanamente y venerarlo cual templo sagrado. Los mínimos intentos que hago por mantenerlo saludable no bastan y eso no es ser benevolente con él, requiero de mayor entereza y disciplina para respetarlo y protegerlo solo entonces estaré orgullosa de dar y prodigar bienes a mi cuerpo. ¿Determinante? Si, soy altamente determinante cuando de actuar en bien propio y de otros se trata lo cual no me exime de la benevolencia, por el contrario, me coloca en la balanza entre la rigidez y la flexibilidad. Es decir, requiero de alto temple para no abanderar la determinación con la agresión, requiero de alta sabiduría para actuar con determinación cuando la vida coloca obstáculos en mi camino. ¿Piadosa con mi alma? Si, y es un rotundo SI. Ya desde la infancia, la rebeldía por proteger mi alma entraba en constantes luchas, muchas de ellas perdidas, pero jamás me rendía, ni me rendiré. Hoy en día lucho segundo a segundo para venerarla, protegerla y perpetuarla. No existe mayor Consuelo que el saberme capaz de comprender, entender y estar conciente de mi alma. Desde el día de nacer la he protegido con todas mis fuerzas, lo dice lo benevolente que he sido con ella, al punto de darle luz cuando se sume en la obscuridad, serenidad cuando las batallas de ansiedad la perpetran, salud cuando la enfermedad la agotan, esperanza cuando todo atenta con mi vida escribirlo me hincha el pecho de felicidad porque realmente he sido benévola y piadosa con ella. ¿Bondadosa? No, para nada he sido bondadosa conmigo, porque le he exigido tanto al cuerpo, a la mente y al corazón hasta el punto de consumir mis propios recursos pero jamás es tarde para hacer un alto e iniciar a prodigarle bondad a mi Ser y no se trata alardear, es cuestión de voluntad para tirar cuanto desecho mental me obliga a consumirme hasta el punto de languidecer. Es un orgullo desnudar las arbitrariedades que he cometido conmigo gracias a ello el camino que inicie hace años para reparar tanto daño a la vida de Consuelo, se está reconstruyendo, estoy tomando conciencia de la valía que me fue otorgada. ¿Amorosa con mi Ser? -No, no lo soy- me pase décadas buscando aceptación, comprensión y hasta amor, vaya tontería que uno comete. Al parecer ha sido el más terrible atentado cometido y lo más cruel es que fue provocado por mí. No es un lamento es una determinante aseveración por ser tan bárbara conmigo, que horror de mujer. Escasos días llevo tocando la belleza de mi cuerpo interior, las frecuencias de felicidad irradiándome por microsegundos, la energía envolviéndome y protegiéndome efecto de vivir el instante, el instante que ha sido la clave para recuperarme, es lo mas sagrado que ha sucedido a este corazón en aras de prodigarle amor. Al mínimo intento por describir el amor empañaría su deidad lo sé, porque cuando intento hablar de él, irremediablemente caigo en la superficialidad prefiero sentirlo y perpetuarlo en mi que hablar de él.

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