Serenidad

La serenidad no tiene rostro, se manifiesta cuando menos lo esperas y no precisamente en ti, muchas veces frente a ti cuando todo mundo corre, se abalanza, camina, deambula.
Aun cuando la serenidad me habita, me prueba una y otra vez… expresión que ha salido de la inconsciencia y así quiero dejarla, “me prueba”. La realidad es que…ella no me prueba, soy yo quien la pierde o la recupera o quizá debiera decir; soy más consiente de mí.
De niña miraba el correr de la vida, la urgencia, la premura e incluso fui parte de ella, del ajetreado ritmo de vida bajo los clásicos; rápido, apúrate, ya, que esperas...agobios que ahora sé que lesionan cuerpo, mente y alma. De hecho jamás he sido ágil, pero ese no es el punto, el punto es como; aun hoy en día, el ritmo de vida continua acelerándose y elevándose a niveles impresionantes y si antes corría o creía correr pues creo que ahora me he vuelto tremendamente lenta. A mas de cinco décadas de haber, vivido las premuras del tiempo continuo mirándolas, afortunadamente ya no soy parte de ellas.
Al hacer mis compras cotidianas tuve la fortuna de mirar a un hombre impregnado de serenidad escribiendo, haciendo cuentas y atendiendo a un cliente; “yo”. Me toco la fortuna de mirar a ese hombre, quizá contemporáneo, impregnado de serenidad haciendo una cuenta. Tuve la fortuna de sentir en ese instante que no todo era urgencia para él aun cuando a su alrededor la urgencia imperaba; hacían cuentas, despachaban, llegaban clientes y se iban. Clientes atendidos a una tremenda velocidad y yo ahí mirando la serenidad frente a frente haciendo una cuenta. Fue entonces cuando me percate de la bendita serenidad. Fue una oportunidad para sentir lo que ya me habita. Mire aquella escena y casi puedo afirmar que al pagar aquel hombre que hacia mi cuenta me transmitió su serenidad. Aquel día logre un salto más en la vida, un salto de aquellos que vale la pena perseguir sin correr, sin desvivirse por ellos porque cuando menos lo esperas se presentan, frente a frente. Saltos espirituales para ser atesorados, valiosos obsequios del  instante. Así logro crecimientos espirituales que me invitan a continuar, continuar para mirar más allá de lo cotidiano, de las prisas, de la desesperación.
Deje de correr cuando tome conciencia de mí, de la vida. La vida no corre, corre la neurosis, la ansiedad, los trastornos aquello que obscurece el sentir de la vida. Ahora soy parte de la vejez y no me considero lenta, ni anciana, para nada me veo en mejores circunstancias de vida, aquellas que permiten al alma y la mente ser más más libre, más creativa, más saludable emocional y orgánicamente.
Me bastaron quince minutos para esperar una cuenta, me bastaron quince minutos para darme cuenta que me posee la serenidad y eso no tiene precio. En casa no me miran correr, en casa sienten mi serenidad, sienten mi apacibilidad abrazando cada átomo de mi hogar. 
Soy consuelo y amo Ser


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