Oro
Uno ha de ganarse la oración
reconciliándose con la existencia. Y reconciliarme con la existencia es una profunda
entrega de amor en cada paso por tan bendita tierra. Orar para mí no significa
postrarme ante un altar, persinarme en cada iglesia que cruza por mi camino o
rezar trozos de palabras, quizá en el pasado llenaban mi corazón y eran como
bálsamos para el alma, pero ya no es así. El tiempo y la vida me mostraron una
nueva forma de orar, una forma suprema de oración. Orar es tocar la divinidad
celestial que me convierte en mejor humana. Orar es ser consiente de mis actos.
Mis actos que dan fe de mi verdad. Acciones sin ocultamientos, enmascaramientos
o disculpas. Oro tocando las profundidades que me habitan,
compenetrandome con la existencia. Orar es entregar a la existencia mis
egoísmos para ser fulminados, es permitirme mirar al desnudo mi
vanidad para pulverizarla, es desenmascarar el ego para erradicarlo, es abrirle
las puertas a la hermandad para tocar la existencia, es tocar el amor que me
inunda. Oración para mi es una profunda entrega con la existencia, es entregarme
en cuerpo y alma al amor, inundarme del aire que respiro, sentir el vaivén de la
vida saboreando su incertidumbre, equilibrio o divino gozo. Orar para mí es tomar
conciencia de cada instante de vida, recibir los retos que la existencia coloca
en mi camino y en este instante oro de agradecimiento porque logre conectarme
con la vida, logre comulgar con otros y eso para mí es la gloria divina.
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