Lo minúsculo de la vida

Lo minúsculo de la vida es tan diminuto e invisible que solo el corazón posee la gracia de mirarlo bajo la lupa de lo divino. Mi narración será como un pergamino vivido en tres días gloriosos y he de confesar que aun ahora estoy singularmente sensible para describir tan celestial regalo, obsequio que no se mide en peso o volumen, es intangible, etéreo, profundo.
Habitualmente me jacto de hablar de las emociones y aunque las vivo intensamente, tres días me bastaron para mirarlas al desnudo y descubrir que aun delatan polvo de superficialidad. Pero sin más preámbulos delineare lo minúsculo de la vida bajo el cobijo de mi hogar; el amor a flor de piel, la ansiedad bajo su total desnudez, la empatía abrazando el instante, la enfermedad dejándose mirar cara a cara estados que aluden a las emociones y al cuerpo vividos a flor de piel, dejándome extasiada al mirar su profundidad, su bastedad e infinito despliegue. Ahora intentare describir aquello de  lo que tanto se habla, pero poco se siente.
El amor a flor de piel. Ama a tu prójimo, como si te amaras a ti mismo. Expresión escuchada y abanderada por la humanidad a través del tiempo. Expresión que era parte de mis paradigmas añejos, pero no lo sentía como tal. Fue hace poco tiempo cuando al leer uno de los libros que amo, me fue entregado nuevamente dicho mensaje “ama a tu prójimo, como si te amaras a ti mismo” en ese libro encontré el sentido a tal declaración hecha por Jesús y ahora la retomo para describir  el amor a flor de piel. Descubrí que el amor es la fuente de la vida, descubrí  como amar a otros y no es una cuestión de  ridiculez o tontería, es una situación de verdadera entrega del corazón hacia los templos que estaban siendo invadidos por la enfermedad durante los momentos que viví junto a ellos. Mi templo, quien ahora está de pie, sabe amarse, se ha curado por sí solo, sabe como se hace para aliviar el corazón, entonces me porque no transmitirlo a quienes estaban padeciendo el dolor. Fue como irradiar serenidad, estando dentro de la ansiedad y el dolor, fue como una minúscula y poderosa luz, una luz que me llevaba a mirar diferente, a amar el instante que otros vivían, fue el amor a flor de piel y aun ahora que lo evoco, aquí dejo una profunda oración para todo aquel que padece alguna enfermedad; “que la salud irradie por siempre en tu corazón”
La ansiedad bajo su total desnudez. Mire a la ansiedad que carcome el alma, la ansiedad que desequilibra las emociones, los desgastes que genera en el cuerpo, la ira que provoca empujando por doquier todo tipo de conductas y lo que más me entristeció fue mirar como provoca el vacío existencial sin esperanza alguna, en pocas palabras mire lo minúsculo que enferma al cuerpo. La ansiedad me poseyó por muchas décadas y esta divina experiencia me confirmo que ya no me habita y es glorioso saber que he sanado.
La empatía abrazando el instante. Mirarla fue sagrado. La mire por los pasillos, en las salas de espera, ahí mismo donde dormí abrazando un divino momento que me tocaba vivir. Escuchaba las almas solidarizándose, reanimándose, serenándose, toque las lágrimas en su total profundidad de quienes habían perdido un ser amado, instantes divinos donde lo único que podía hacer era orar en silencio. Mire la empatía en línea perpendicular como cayendo al vacío, como esperanzada por encontrar la salud. La mire y la tuve tan cerca que puedo afirmar: la empatía levanta corazones, fue como un vasto panorama que la vida me estaba obsequiando.
La enfermedad dejándose mirar cara a cara. Con ello no quiero decir que la mire microscópicamente, sería una tonta y caería en la falsedad. Cuando hablo de mirarla cara a cara hablo de descubrir lo minúsculo de la enfermedad, hablo de la enfermedad del corazón, mirar más allá de la enfermedad corporal. Mire como destruimos nuestro cuerpo, nuestro templo sin embargo resulta ser tan poderoso que aun así se regenera, se reconstruye. Mire la capacidad de su nobleza, su poderío llevándonos a lo largo  y ancho de la vida enfrentando todo tipo de embate ocasionado a tan divino instrumento que la vida nos dono; el cuerpo.
Días viviendo el instante, orando por la salud, meditando para recibir a Dios.  Días de amor, de ansiedad, empatía y enfermedad. Días que revitalizaron el corazón y el cuerpo de Consuelo

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