Mirar y escuchar
Recién iniciaba
mis cambios personales cuando abordaba precipitadamente e indiscriminadamente el
término “don” Para ese entonces tal término
lo leía bello, mágico atrapando mi atención, mis sentidos y aunque aún no lo tenía
concebido, mucho menos visualizado, el termino lo empleaba disparatadamente
ante cada oportunidad que la vida me otorgaba, pero hoy es diferente, este
instante es divino y solo la divinidad es capaz de plasmar realmente la esencia
de un don, la esencia de mis dones. Ha sido la vida quien coloca nuevamente de
manera casi sagrada el palabra en mis sentidos; “dones” para confesar a
flor de piel dos dones divinos que he cristalizado; mirar y escuchar.
Divinos dones que
realmente siento y vibro. Conozco su esencia. Miro más allá del espectro
cotidiano, alcanzo a discernir la profundidad de la vida y eso para mi es un don, un don divino que ya me habita.
Ahora comprendo el porqué de la expresión; “los ojos son la ventana del alma. Y
eso es lo que está sucediendo a esta mujer. Miro
realmente las almas que me rodean, miro con tal profundidad que me maravilla lo
que la vida me otorgo desde el instante de nacer y que lo había olvidado, lo
había extraviado, hoy es una realidad. La alegría me invade al saber
que miro diferente, saber por dónde camino, descubrir los obstáculos que se cruzan por mi camino rodeándolos sin tropezar y no es una cuestión que solo a mí me suceda,
no, es una situación que la vida otorga a la humanidad, basta
detenernos unos instantes de tan acelerada vida en la que estamos inmersos para mirar diferente.
Escuchar... un don
más del que soy divinamente consciente y afortunada por sentirlo. Y aunque no
lo he tocado en su total pureza, consiente estoy de que “se escuchar”. Saber escuchar es lo más extraordinario que me ha
sucedido en esta vida. Saber escuchar a la naturaleza, escuchar a otros,
escuchar a mis dos hombres y lo más valioso que me sucedió…. saberme escuchar.
Saber escuchar fue
el elixir mágico que me inicio en esta tremenda oleada de cambios. Continúo
aprendiendo a escuchar, en especial escuchar el latido de mis sentidos y lo que
jamás creí que lograría; escuchar a mi
mente. Si, escuchar a esta mente que revoloteaba en otros tiempos por doquier bajo infinidad
de creencias, costumbres, paradigmas ancestrales y lo más cruel que hice; crearme miedos. Sí, mi
mente me creaba miedos y solo cuando me detuve a escucharla me quede atónita de
lo que estaba haciéndole a tan grandiosa creación, “mi cerebro” al mirarlo
sofocante de pensamientos, hirviendo de temperatura, aletargado por el dolor o
temblando de ansiedad. Basto mirar a mi mente y escucharla para detenerme, para quedarme en la periferia, para dar el tremendo salto que me faltaba; meditar. Cuando supe meditar, supe escuchar y mirar con sabiduría. Grandiosos aquellos
que viven en comunión con sus dones y me uno tan divina existencia que
sabe vivir humanamente. Soy consuelo y descubrí los dones que me habitan.
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