Sin vergüenza alguna
Durante el dos mil siete me
inicie toscamente a delinear mis primeras letras. En ese entonces las letras
aclamaban salir del corazón, pero la mente se avergonzaba de ellas, de tal acto
tan inadecuado. Era una confusión entre mente y corazón. Mi mente gritaba que
atropellaría a la hermosa literatura, que no poseía la mínima formación
académica, que me vería ridícula y hasta tonta. Pero mí alocada
rebeldía jamás se ha rendido a la mente, así que se inició a dejarlas salir abrupta y ordinariamente, evidenciando el analfabetismo, denotando la
ansiedad por plasmar la vida, aclamando la perfección. Así me inicie; cual
campesina que va abriendo brecha en el arte de las letras.
Hoy mis letras son
campiranas. Salen al amanecer o al anochecer cuando de brotar una hermosa
experiencia se trata. Cuando de compartir el aroma del alma es prioridad del
corazón. Cuando de dejar huellas de la existencia es urgencia del cuerpo. Jamás
me he avergonzado de escribir, mucho
menos en este instante. Alabo tan hermosa rebeldía que me aventuro a lo
desconocido e inesperado de las letras. Amo ser rebelde. Me llena de energía demostrándome que me habita un cumulo de habilidades. Solo era
cuestión de atreverme. Lo hice y no me interesa saber si lo logre. Solo sé que
este amado corazón dejo de luchar con la mente, ambos se han reconciliado, mente y corazón, para
vibrar de energía. La pujante energía que delinea la sinergia de la vida, desplegando cuanta letra sale del corazón. Comparten el conocimiento a millas de
distancia. Expresan palabras de aliento a quienes habitan al otro lado del
planeta. No es una locura, mucho menos una vergüenza, es el divino arte que
tenía en el baúl de los dones. Un arte que voy esculpiendo bajo un multicolor mural
de letras.
Esta mujer solo se ha
sumado a los millones de almas que escriben. Que escriben dejando huellas de sus letras, sus letras que
tocaran millones de espíritus manifestándose virtualmente.
Soy Consuelo y no me
avergüenza escribir.
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