La vida del colibri
No sé cuándo sucedió, solo recuerdo un fugaz aleteo que me cautivo en el instante de
voltear a mirarlo, segundos después partió. Sorpresa, fue la sensación que invadió
a esta mujer al mirar por primera vez al colibrí que me traería mensajes
divinos.
Los encuentros se siguieron sucediendo, encuentros
nítidos y precisos. Iniciaba a contactar
con otro tipo de vida, iniciaba una comunión con aquella diminuta y celestial
forma de expresión. Abría paso a sensibilizar las fibras más profundas de Consuelo
al mirarlo aletear rápida y velozmente, al escucharlo silbar y partir
fugazmente. Nuestros encuentros se volvían cotidianos, casi mágicos y
misteriosos. Y sin temor a expresar una locura, diría que el colibrí y yo
contactamos espiritualmente.
Al brotar la sensibilidad, dejando atrás la
mecanización humana, empecé a sentir, el cuerpo vibra y se conmueve al
descubrirme rodeada de vida, al fundirme entre los latidos mágicos del colibrí.
Eso sucedió a Consuelo me reencontré con la sensibilidad que habita el alma y fue él, una celestial forma de latir, quien
religiosamente me mostró el camino de la gloriosa sensibilidad… don que había
olvidado.
Nuestros encuentros se sucedían con mayor
frecuencia; entre el tráfico, entre la urbe de frió concreto y la ruidosa
ciudad, en la apacible laguna que visito frecuentemente o en el manzano que se yergue
al lado de casa dividiéndonos solo una pared, el manzano que miro florecer
durante la primavera y en el verano sus rojas manzanas tocan esta mirada, ahí
llega el colibrí cada mañana, ahí supe que el colibrí dejaba mensajes para mí.
Debieron trascurrir años para que el espíritu contactara
con el colibrí, para saludarlo con el corazón.
Aun sin mirarlo sé que revolotea entre las flores del manzano dejándome una
profunda y exquisita sensación de placer.
Cuando aletea a mí alrededor, me quedo inmovilizada
vibrando al unísono con él, participo, me conmuevo y me uno a tan gloriosa manifestación
de vida…la vida del colibrí.
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