Un pequeño montículo

Fue sábado, era temprano, con el espíritu esperando para ser alimentado, preparaba lo necesario para salir de casa. Serenamente me encamine hasta el lugar donde los árboles y una pequeña laguna me esperaban. Bastaron unos minutos para llegar hasta el lugar donde los árboles me permiten tocarlos con el aire que respiro y la mirada que dulcemente los observa tambalease de uno a otro lado.
En ese mismo lugar días antes había trepado un pequeño montículo, cual pirámide que invita a llegar hasta su cúspide, atrevida como siempre, lo hice. A medida que iba subiendo la cuesta... el vértigo se apropiaba de mí. A cada paso que daba el cuerpo temblaba sintiendo un hueco abismal en el estómago, sintiendo que caía, era tal el terror que como pude baje de inmediato. 
Breve recuerdo que me llevo a retornar. El espíritu lo demandaba, me empujaba a traspasar las barreras, me invitaba a tocar la transformación, a caer en la nada, a traspasar la banalidad, motivando mis pies para trepar nuevamente aquel montículo. Así que, me arme de serenidad, baje del coche, entre al parque y ahí estaba nuevamente, con sus escaleras majaderamente de concreto frías y retadoras esperándome. Las evadí, me dirigí  por el extremo paralelo, al desnudo, a tierra firme, pisando con fuerza y determinación inicie a trepar mirando cada paso que daba, sintiendo el aire que tocaba mis pulmones, centrada en el objetivo, de pronto ya me encontraba en la cúspide, no había pasado nada, todo seguía igual. Llegue, si llegue sin titubeo alguno, sin temblor alguno, sin miedo. Me pare firmemente erigiendo todo mi ser para mirar el sol que recién estaba saliendo y el cielo que se abría inmensamente. Solo pasaron unos segundos cuando al bajar la mirada, el vacío terrenal nuevamente me atrapaba, retornaba aquel titubeo, el temblor, el miedo amenazante. Sin pensarlo, gire hacia las frías escaleras y con pasos desestabilizantes inicie a bajar por ellas, con titubeos sí, pero con el corazón firme y determinado hasta llegar a tocar piso firme. Volví a trepar aquel montículo pisando el concreto una y otra vez hasta evaporar tan nefasta sensación, subía y bajaba una y otra vez. Tras repetir tantas veces aquel acto finalmente me erigí en aquel pequeño montículo, en su cúspide, en tierra firme, con los brazos abiertos de par en par, con el espíritu emanando confianza, lo había logrado, había vencido el miedo y los tontos temblores de aquel amanecer se habían esfumado. Después, después todo fue dicha.

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