Meditar


Medito...
Si dijera que me llevo uno o cinco años aprender tan divina práctica, estaría mintiendo, solo revelaría que no se meditar.
Llegue a este mundo con tan divino don… meditar. Fue el transcurrir de los años, quien borró tan profunda virtud. Pero Consuelo y su obstinada actitud por la búsqueda de la salud emocional, la llevaron a reencontrarse  con ella, con la meditación. Y no fue una situación fácil, requerí tocar puertas y puertas. En una de tantas puertas me recibió el yoga. Divina religión que me dejo mirar su sabiduría en cuatro volúmenes, mostrándome paso a paso su divina esencia, pero me di cuenta que no era para mí. Me encontré con el extasiante zen, con su exigente disciplina, intentando llevarme a sentir la nada, si, la nada, retándome a dejar la mente sin nada, pero falle, por ese entonces la mente estaba altamente parlanchina.
Entre búsqueda y búsqueda revise propuestas comerciales, pero huí de inmediato. Así que retorne a casa, al hogar interior a esperar.
No sabría con precisión decir cuando sucedió o como resurgió tan hermoso don. El don de meditar. Solo he de compartir que la cotidianeidad me llevaba a centrarme en el manzano que da a casa, en el colibrí que me saludaba por las mañanas, en las nubes que se desplegaban ante mis ojos o las hermosas mariposas que se cruzaban por mi camino, hasta el día de hoy, cuando una mañana al despertar, salí a caminar, me detuve en mi árbol favorito y medite… si medite, me fundí en ella.
Claro que estoy segura que no te dije nada por el contrario solo altere tus sentidos y quizá te irrité. Pero si deseas saber cómo hacerlo, te comparto el libro naranja de osho, en el encuentras 132 formas de meditar y si no te satisface, por lo menos te llevara a encontrar tu propia técnica, como lo hizo con Consuelo. En el encontré como meditar y encontré a mis amados maestros; Jesús y Osho, solo les cedí un pedacito de mi corazón  y todo empezó a germinar de nuevo.


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