Oración
La oración en sí misma, es su propia recompensa; y la
recompensa la obtienes al instante, al inhalarla, respirarla, al ser evocada
con el corazón.
Orar en si es un fenómeno tan hermoso que no tiene
pasado, mucho menos futuro tan solo se ancla en el presente. Y el presente es
el instante mismo en que te entregas a tu oración.
La oración en sí es una celebración tal, que trae
alegría y éxtasis cuando uno reza por el amor a la oración, mas no por superar
un miedo, o una angustia, mucho menos por querer cambiar al mundo. Uno no reza
por codicia… uno reza porque lo disfruta, porque ama la vida.
Si te gusta bailar, no preguntas para quien bailaras. Si
disfrutas el baile, simplemente bailas: no te interesa si alguien está o no viendo
el baile desde el cielo. O si las estrellas, el sol o la luna van a premiarte
por el baile, a ti no te importa. El
baile, en sí mismo, es un premio suficiente.
Si te gusta cantar, cantas; si alguien escucha o no,
eso no es lo importante. Lo mismo ocurre
con la oración.
La oración es un baile, es una canción, es música, es
amor.
Tú la disfrutas y eso es todo… La oración es el medio
y la oración es el fin.
Cuando yo hablo de oración, me refiero a una apertura
hacia Dios. No es que tengas que decirle algo, no es que tengas que pedir algo,
sino sólo producir una apertura, una entrega de manera que si Él quiere darte
algo, tú te halles receptivo.
Una espera profunda, pero sin deseo. Una sensación
expectante, como si algo fuera a suceder en cualquier momento..
Cuando no pides, cuando simplemente permaneces en
silencio, pero abierto, listo para ir a cualquier sitio, listo hasta para
morir, cuando estás simplemente en receptividad, en un ánimo pasivo y de
bienvenida: es entonces cuando ocurre la oración.
Este amplio cielo puede escuchar… este vasto cielo
puede estar contigo si tú estás con él… no hay otra manera de orar.
Yo oro cual fenómeno de energía que me despierta por
las mañanas al tocar el aire de un sagrado amanecer, al escuchar la intensidad
de la música celestial de los pajarillos, al tocar los hermosos árboles que me
cimbran con solo olerlos en la lejanía, como diciéndome que ya esperan para
orar conmigo. Al extender los brazos de par en par expandiéndome cual polvo que
se pierde en la inmensidad. Es mi oración, es mi particular forma de orar con Él,
de entregarme a un nuevo día ansioso por mirar y tocar mi rostro.
Aprendí a orar cuando Él me
mostro la sagrada esencia de una oración, donde no hay nada que decir, donde
solo sentirlo y fundirme en ÉL basta.
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