Comprender a la vida
La vida es misteriosa, es mejor disfrutarla que tratar de comprenderla. Al final, el
hombre o la mujer que tratan de comprender a la vida resulta ser en vano. El
hombre o la mujer que disfrutan la vida se vuelven sabios, disfrutando la vida plenamente, divinamente porque se
hacen más y más conscientes de los misterios que los rodea, de los
milagros que los iluminan.
El misterio que nos rodea es la esencia de la vida.
Y cuando te percatas de su profundidad, respiras su esencia, te dejas guiar por
él. Comprender a la vida resulta ser un regalo de ella, un obsequio que te
llega sin pedirlo, sin urgirlo. Resulta ser el regalo intangible que llena tu corazón
de placer y dicha, por el solo hecho de respirarla, de vibrar y danzar con ella.
Comprender a la vida no es una cuestión de sensibilidades, comprender a la vida;
es una profunda religión del día
a día que respiras.
Rece incesantemente a lo largo
de varias décadas, implore a Dios de mil maneras, siguiendo los dictados de la
periferia para comprender a la vida, para comprender mi vida. Todo era en vano,
por más que abría los sentidos para abrir paso a la vida ella se negaba. Los
años arrugaron la piel y el corazón seguía demandando comprender a la vida. Y
yo sin entenderlo, me desbocaba, buscaba tocando puertas o aclamando al cielo.
Entonces tocaron a mis ojos sus letras, tocaron a mi corazón sus sonidos
curativos y sus armoniosas palabras vertidas de amor y dicha. Entonces me
advirtió que me destruiría para renacer a la vida. Me indujo misteriosamente
para comprenderlo, para dejarme guiar por él, para ser mi alimento.
Hoy la vida late en cada poro
de mi piel, la vida me estremece misteriosamente en cada amanecer, la vida me
muestra que no hay que comprenderla, solo hay que vivirla.
El mayor entendimiento llego
cuando descubrí que no había que comprender a la vida, que no había que
descifrarla, que solo hacía
falta dejarme llevar por el rio de la vida cual gota que hoy puede estar aquí y
quizá mañana se evapore en la nada.
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