Autoestima; banalidad o realidad?


Concebir y fluir la autoestima requiere de una auténtica desnudez al alma, para exponer las palabras que mejor describan su esencia. Y será mi autoestima quien vierta la esencia y existencia de lo que concibo como autoestima.
Partiré de la banalidad que enamora, que deslumbra y envuelve con suaves caricias la periferia de del Ser que va por la vida en busca de un mejor estilo de vida. Banalidad empecinada ante la búsqueda de un mejor estilo de vida. Y que es un mejor estilo de vida? Tan solo paradigmas que nos envuelven irremediablemente sobre una plataforma de vida que vive en la superficie para mostrar al mundo como es ser feliz, como es ser pleno. Falsedades de la banalidad, desvivirse para mostrarse a otros, para agradar a otros. Falsedades que se expanden sigilosamente entre la humanidad llegando a domesticar a la mente. Caminar por la vida mostrando una endeble autoestima solo nos encamina a vivir en la mentira, en el riesgo de ser fulminado, devastado y hasta hundido en las tempestades de la realidad. A esa banalidad del autoestima hago referencia, a la banalidad que has dejado entrar a tu corazón porque te hablo bonito, porque te dijo que todo reside en la apariencia, en tu rostro, en tu forma de vestir, en tu cuerpo, pero nunca toco las profundidades de tu Ser del alma que vibra e inocentemente se entrega bajo la convicción de ser el ideal del autoestima. Patrañas, perfectamente orquestadas por una ideología que poco a poco va consumiendo las energías y la dicha de vivir.
Pero veamos ahora la realidad, si la realidad el autoestima. Y el reto inmediato al que te enfrentas respecto a la realidad de la autoestima reside en su intangibilidad, en su presencia, sin presencia, en su aroma sin ser percibido, en sus demandantes exigencias que nos gritan y no escuchamos. Esa es la realidad de la autoestima. Tener la suficiente sensibilidad para percatarnos de ella y como su nombre lo dice: auto: automáticamente vivir con ella, automáticamente sentirla y vibrarla. Y a quien? A la estima que solo a nosotros nos compete velar por ella, pues aunque llores en el hombro de otro, jamás nadie podrá aliviar o elevar la autoestima que solo a ti te pertenece.
Y veamos de que está hecha la autoestima: “respeto”, “integridad”, “amor”. Tres virtudes que te pertenecen desde el momento que naciste y florecen si los cultivas sabiamente.
Respeto; palabra que ha sido desvirtuada a más no poder hasta el grado de exigirlo y es tal su demanda que hemos perdido de vista su esencia y realidad. El respeto semeja un manantial que brota de tus profundidades, si, de lo más profundo de tu ser. De ese respeto hablo. Aquel respeto que brota de tus adentros cual brisa que toca tus sentidos y los sentidos de otros. El respeto que emana por sí solo. Aquel que carece de exigencias, persecuciones o alardeos de respetar a otros. Simple y llanamente; te habita,  te respetas y eso es suficiente para respetar a otros.
Cuando conoces realmente el arte de respetar tus sentidos, tus emociones y tu cuerpo posees la conciencia para respetar a otros. El respecto es como el arte de ir puliendo centímetro a centímetro las profundidades de  tu hogar. Es como la poesía que delicadamente brota de tu boca, es como la música que toca la armonía correcta en tu caminar. El respeto única y exclusivamente sale de tus adentros para  hacerse evidente frente a otros.
Integridad; la integridad resulta ser la honestidad. La honestidad de tus actos, de tus interacciones, de las relaciones que vives día a día.  En concreto; “eres lo que dices”, “haces lo que eres” reflejos que hablan de ti y determinan tu integridad. Es la transparencia intangible del alma y ante una sola mirada el velo de tu integridad se asoma por las ventanas de la vida; “la mirada”
El amor; ah!... el amor, el amor resulta ser la cumbre de la autoestima. Hablo del amor verdadero aquel que habita las profundidades de tu hogar. Tan glorioso y dichoso es que la humanidad en este instante habla de él o carece de él.
El amor es la valía de la autoestima, sin embargo tendemos a confundir su pureza delegándolo a la periferia, a una relación, a la búsqueda de afecto para que otros nos quieran o acepten y eso no es amor. Eso es mendigar amor y será una falsedad para tu alma, para tu espíritu. Darás amor como sacándolo de la garganta hacia fuera, y no darás el verdadero amor que nace de las profundidades de tu existencia. El amor que se imita, es un amor que se expande sigilosamente bajo las trampas y los compromisos. Y obviamente que cuando lo miras al desnudo trastoca profundamente la autoestima derrumbándote emocionalmente, pues no abra pilar alguno que te mantenga de pie. Y sumado a ello, si no sabes cómo respetarte y no eres integro con tu realidad, mucho menos serás capaz de darte amor. Así de simple es el resultado de  un falso  amor.
El amor al que hago referencia es aquel que despierta después de un aletargado sueño, aquel que deja de depender de otros. Aquel que llega sorpresivamente para abrazarte en todo su esplendor, solo basta una minúscula oportunidad para dejarlo salir de las profundidades para que brille en tu mirada, en todo tu Ser. Ese es el amor del que hablo, el verdadero amor que brota maravillosamente cual divinidad que ilumina cada acto que sale de tus adentros. Y no necesita definición alguna simplemente brota y explota cual aura que te rodea iluminándote de dicha y gozo. De ese amor hablo, del amor que te habita en la sangre y corre por las venas haciéndote vibrar de alegría.
La realidad el autoestima son los tres pilares que nacieron contigo, que renacerán en el instante que lo desees y que se elevaran en este mismo momento si así lo deseas, es el autoestima, eres TU.

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