una parabola


Jesús volvía al mundo mil ochocientos años después para ver cómo iban las cosas. Estaba muy esperanzado. Pensaba: “Ahora casi la mitad de la Tierra es cristiana, voy a ser muy bien recibido. La primera vez que estuve aquí en la tierra la gente estaba en contra de mí porque no eran cristianos, no había nadie para recibirme. Los que había eran judíos, y me mataron”. Ahora venía con grandes esperanzas. Descendió sobre Belén un domingo por la mañana. Naturalmente, eligió un domingo; sería día festivo para los cristianos, estarían saliendo de la iglesia y se encontraría con ellos justo a la salida.
La gente salía y él esperaba con gran ilusión. Entonces la gente empezó a rodearlo y a reírse de él, a ridiculizarlo. Le dijeron: “Imitas muy bien. Realmente pareces Jesús”.
Y él contestó: “¡Yo soy Jesús!”.
Y ellos se rieron y dijeron: Sólo hay un Jesús. Decir que tú eres Jesús es un sacrilegio. Te pareces a él, ¿pero cómo vas a ser él? Será mejor que te vayas de aquí antes de que salga el sacerdote. Si te atrapa, vas a tener problemas”.
Pero Jesús replicó: “Él es mi sacerdote. Que ustedes no me reconocen? Pero él es mi sacerdote, todo el tiempo está leyendo mis escrituras, pensando, meditando en lo que yo he dicho, hablando de mí. Por lo menos él me reconocerá. ¡Esperad!”.
Y se volvieron a reír, y dijeron: “Estás equivocado. Vete de aquí, de lo contrario te meterás en un buen lío”.
Luego llegó el sacerdote, y la gente que ni siquiera se había inclinado ante Jesús tocaban los pies del sacerdote y lo saludaban muy reverentemente, muy respetuosamente. El sacerdote llegó, miró a este joven y dijo: “¡Inclínate! Ven, sígueme, entra en la iglesia. ¿Te has vuelto loco? ¿Qué pretendes?”.
Y Jesús le dijo: “¿No me reconoces?”.
Entonces el sacerdote lo llevó a la iglesia, lo metió en una celda oscura, echó cerrojo y se marchó. Todo el día Jesús estuvo pensando: “¿Qué va a ocurrir? ¿Voy a volver a ser crucificado otra vez por mi propia gente, por cristianos? ¡Esto es el colmo!”. No se lo podía creer.
En medio de la noche vino el sacerdote portando una pequeña lámpara. Se postró a los pies de Jesús y dijo: “Te he reconocido. Pero, por favor, no te necesitamos para nada. Tú has hecho tu trabajo y nosotros estamos haciendo tu trabajo perfectamente. Tú eres un gran perturbador. Si vuelves otra vez, lo estropearás todo. Nos ha costado mucho trabajo. Hemos luchado durante dieciocho siglos, y nos la hemos arreglado para manejar las cosas perfectamente. La mitad de la humanidad ha sido convertida y la otra mitad está en camino. Simplemente espera. ¡No necesitas venir! Maestro, no te necesitamos, nosotros los sirvientes nos bastamos. Tú, simplemente, manda mensajes desde allá”.
Jesús dijo: “Me alegra que por lo menos me hayas reconocido”.
El sacerdote contestó: “Sí, en privado te puedo reconocer, pero cuando estamos en público no puedo hacerlo. Y si insistes en crear problemas, lo siento, pero tendré que crucificarte como hicieron los judíos, porque un sacerdote tiene que mirar como lo hicieron los judíos, porque un sacerdote tiene que mirar por el sistema. Yo soy parte del sistema; judíos o cristianos, ¿qué más da? Tengo que salvar la Iglesia. Si hay algún conflicto entre tú y la Iglesia, yo estoy con la Iglesia, yo sirvo a la Iglesia. Es totalmente lógico. Tú vives en el cielo, tú disfrutas allí y nosotros disfrutamos aquí. Las cosas están bien tal como son. No hace falta que vengas por segunda vez, con la primera fue suficiente”.
                                                                                                                   

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