habita en tu cuerpo

El mismo Dios está enraizado en el mundo. Arranca un ár­bol de la tierra y morirá. La vida del árbol está entrelazada con la vida de la tierra: necesita agua, necesita abono, necesita ali­mento, necesita sol, aire, viento.  Esas son las necesidades naturales, el árbol vive a través de ellas.  Saca el árbol de la tierra.  Durante unos días tal vez no te des cuenta de que está muriendo, el agua que contenía quizás lo mantenga verde un poco más, puede que incluso se abra alguno de sus capullos, o algunas de sus flores, pero no por mucho tiempo; más pronto o más tarde se acabarán las reservas del árbol y morirá.
Sal de tu cuerpo y morirás.  Tu cuerpo es tu tierra.  Tu cuerpo pertenece a la tierra, procede de ella, es una pequeña tierra a tu alrededor. Te alimenta, no es tu enemigo. No está en las manos de otro. Tú llamado a Dios también aparece a causa del miedo. Tú no has conocido al Dios real. El Dios real no es fruto del miedo; surge del amor, de la alegría, y sólo puede ser experimentado volviéndote cada vez más sensitivo, más humano, abriéndote cada vez más.
Permanece en tu cuerpo. Sal de tu mente y penetra en tus sentidos: esa es la única manera de ser religioso. Parecerá pa­radójico, pero déjame que te diga: la única manera de ser reli­gioso es estar en el mundo, profundamente en el mundo, por­que Dios se esconde en el mundo. No existe "otro mundo". El otro mundo está en el centro más profundo de este mundo, no está separado de él. Y ahora mismo que estoy sumergida en el mundo abriendo el total de mis sentidos miro, siento y veo cuan hermoso es mi existir. Solo requieres de una dosis de tus sentidos para mirar la magnificencia divina de DIOS…

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