fundirme


Fundirme directamente en Dios es difícil, no es una cuestión de rezar o invocarlo. Es una cuestión de profundidad, de cambio, de espiritualidad, de amor. Y las exigencias para fundirme en él me requieren caminar con el corazón a flor de piel, de transparentarme interiormente y ser capaz de percibir los sutiles mensajes que va dejando en cada paso que doy. Jesús me muestra el camino, su naturaleza dual; de Cristo o maestro me permite tomarle de las manos. Y cuando tomo sus manos, poco a poco desaparezco, poco a poco entro al infinito. A veces me asusta, pero ya no puedo retractarme, ya lo he probado, ya lo he sentido y entonces digo; “es el”
Dios es como un océano..., te podrías asustar. El maestro es como un pequeño manantial; no hace falta que tengas mie­do. Puedes bailar en el manantial, dejar que el agua caiga
 sobre ti, permitir que te duche. Pero en esa misma ducha, poco a poco, desaparecerás. Y entonces estarás listo para entrar en el océano, en lo enorme, en el infinito, en "DIOS".

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