ego

La barrera más grande entre tú y Dios es tu ego, y el ego se alimenta de conocimiento, virtud, respeta­bilidad, nombre, fama, poder. Recuérdalo, no alimentes tu ego.
Vuélvete más humilde. Mira tus limitaciones, mira tus fa­llos, mira tus errores, y sé humilde. Ese mismo ver te hará hu­milde. En esa humildad, la oración surge espontáneamente. ¡Una gran valentía nace de esa humildad! La humildad es fuerte, el ego es muy débil. Pensarás en esta paradoja; el ego sólo aparenta ser fuerte. ¡Pero es débil! De hecho el ego es el esfuerzo de la persona débil de protegerse a sí misma. El ego es una armadura: la persona sabe que en el fondo es muy dé­bil; el ego es un esfuerzo para proteger su debilidad. La per­sona débil tendrá el ego más grande. Son complementarios; cuanto más débil eres más grande es el ego que necesitas para protegerte. La persona realmente fuerte no necesita tener ego. No necesita protección, puede vivir desprotegido. Puede vivir inseguro y de un modo vulnerable.
Observa la fuerza de la rosa: vulnerable, suave, delicada, y a la vez fuerte. ¿No has observado una rosa por la mañana jugando con los vientos? Tan delicada y a la vez tan fuerte, viviendo una historia de amor con el sol; tan delicada, levantando alto su cabeza, frágil y a la vez tan fuerte. Lao Tzu lo llama la fuerza del agua.
El ego tiene la fuerza de la roca, la persona humilde tiene la fuerza del agua. Y Lao Tzu dice: «Vuélvete como el agua», «El camino del agua». Vuélvete suave como el agua y final­mente vencerás. Recuerda, la dureza te lleva a la derrota. Tu misma resistencia a la vida más pronto o más tarde te destru­ye. Es tu propia dureza, tu propio ego, que se vuelve veneno en ti. Observa una cascada cayendo sobre una gran roca, la roca no puede ni siquiera imaginar que esta humilde agua, suave, femenina, la va a destruir. Pero llegará un día en que la roca habrá desaparecido, se habrá convertido en arena, y el agua continuará fluyendo de la misma manera. Las rocas mueren por su propia dureza. El ego es como una roca, la hu­mildad es como una rosa. El ego parece ser fuerte pero no lo es, y la humildad parece ser débil pero no lo es. No te dejes engañar por las apariencias. Si estás protegiendo tu ego, perderás a Dios. Si estás preparado para abandonar tu ego, le encontrarás. En ese abandonar se produce el hallazgo.

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