amor y odio
Frederick Nietzsche ha dicho que el
hombre no puede vivir sin mentiras; y tiene razón en un noventa y nueve por
ciento de los casos. ¿Por qué el hombre no puede vivir sin mentiras? Porque
las mentiras funcionan como amortiguadores, absorben las conmociones. Las
mentiras funcionan como un lubricante; no vas chocándote con la gente. Sonríes
y los demás sonríen; eso es lubricación. Quizás en tu interior estás enfadado,
quizás estás lleno de rabia, pero sigues diciéndole a tu mujer: «Te amo».
Expresar la rabia es meterse en problemas.
Pero, recuerda, a menos que expreses
tu rabia nunca sabrás cómo expresar tu amor. Un hombre que no puede enfadarse
tampoco puede ser amoroso, porque tiene que reprimir tanto la rabia que
se vuelve incapaz de expresar nada más, porque en el interior de tu ser todas
las cosas están unidas; no están separadas. Entre el amor y el odio no hay
compartimentos o espacios; están juntos, mezclados el uno con el otro. Es la
misma energía. Si reprimes la rabia tendrás también que reprimir el amor. Si
expresas el amor, te sorprenderás; la rabia está emergiendo con él. O bien
suprimes todo, o tendrás que expresarlo todo. Tienes que comprender la
aritmética de tu unidad orgánica interna. Sé expresivo o represivo. La elección
no consiste en poder reprimir el enfado y expresar el amor; entonces tu amor
será falso porque no tendrá calor, no tendrá la cualidad de la calidez. Será
sólo un fenómeno moderado, y siempre tendrás miedo de profundizar en
él.
La gente finge amar porque se espera
de ellos que amen. Aman a sus hijos, aman a su mujer o a su marido, a sus esposas,
a sus amigos, porque se espera de ellos que hagan ciertas cosas. Cumplen estas
cosas como si fueran obligaciones. No hay celebración. Llegas a casa y le das
una palmada en la cabeza a tu hijo porque eso es lo que se espera de ti, sólo
porque eso es lo que hay que hacer, pero sin alegría; es frío, está muerto. Y
el niño nunca será capaz de perdonarte, porque una palmada fría en la cabeza es
horrible. El niño se siente avergonzado y tú te sientes avergonzado.
A menos que hayas experimentado el
amor como una liberación, como un éxtasis, no has conocido el amor. Pero
esto sólo es posible si tú no eres pseudo, si has sido auténtico en todo; si te
has permitido la rabia, la risa, las lágrimas... todo; si nunca has sido una
fuerza preventiva, controladora; si has vivido una vida sin control. Y
recuerda; la vida sin control puede implicar una gran disciplina, pero esta
disciplina no viene impuesta desde el exterior. No es una actitud adoptada. La
disciplina proviene de tus propias experiencias internas. Viene del encuentro
con todas las posibilidades de tu ser. Viene de experimentar todos los
aspectos, de explorar todas las dimensiones. Nace de la comprensión. Has estado
enfadado y has comprendido algo: esa comprensión trae disciplina. No es
control. El control es feo, la disciplina es hermosa.
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