Amo

Cuando amo a alguien, me siento agradecida de que esa persona me acep­te, de que acepte mi amor y no me rechace. Eso es suficiente. No me convierto en una prisión para él o ella. Dejo atrás las suposiciones que solo encarcelan; «si me amas, no puedes amar a nadie más.» Suposiciones que han dominado a la humanidad desde el principio mismo. Hablo del amor universal, no hago referencia al amor de pareja, hablo del amor que se despliega por los poros cuando caminas por la vida, de ese amor hablo. 
Si amo a alguien me siento agradecida y su libertad permanece intacta. No soy yo quien se la da. Es su derecho de nacimiento y mi amor no puede quitárselo. ¿Cómo puede el amor llevarse la libertad de alguien, en particular la de la persona que amas? Es su derecho de naci­miento. Ni siquiera puedo decir: «Yo te doy la libertad.» Para empezar, ¿quién soy yo?, sólo soy una extraña. El amor es el elixir que me llevo a erradicar la ansiedad, la angustia a reencontrarme con la alegría, a desplegarlo con aquel o aquella que llegan a cruzarse en mi camino, el amor es una bendición para esta mujer.

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