Del Consumismo a la Espiritualidad

Bastan segundos navegando en internet para que me consuma el consumismo. Un titubeo abriendo cualquier portal de internet y soy presa instantánea de lo atrapahumanos, bendito Dios que aguerridamente huyo de cualquier injerencia que desestabilice esta mente. Interferencias invisibles que calan hasta los huesos y son los huesos quienes me traen al computador para honrar a mis muertos. Mas de una década de no poner ofrendas a mis seres amados, como hoy tampoco pondré ofrenda, después de ser una apasionada del colorido, las compras, las visitas al panteón, colocar el cempasúchil, el moco de pavo, la nube, veladoras todo un despliegue de locuras consumistas para honrar a mis muertos, aclaro que no estoy en contra de ello por el contrario me encanta mirar a lo lejos el maravilloso despliegue de espiritualidad colocando sus ofrendas. Desde niña, la efusividad hacia los fieles difuntos me invadía, todo un derroche emocional vivía para honrar a la muerte, me embelesaba, el consumismo y la espiritualidad me invadían más no alcanzaba a discernir entre uno y otro. Atrevida, irreverente y hasta ensoñadora era mi actitud, era mi bastión y entrega para honrar a mis muertos. Fue mi auto reconfiguración quien provoco en mi un salto dimensional: del consumismo a la espiritualidad. Para nada demerito el consumismo por el contrario es parte de la conexión con mis muertos. Es tal mi respeto por la temporada de muertos que acompañe a mi marido a comprar lo que pondría en su ofrenda. Desde el primer segundo que nos disponíamos hacer las compras la espiritualidad nos embargaba a ambos, salimos impregnados de serenidad, más al perder el rumbo para comprar las hojaldras nuestro extravió atrajo a la ansiedad, la velocidad con la que me muevo provoco en mi marido enojo, mi negación de comprar por comprar le causo desconcierto, la determinación que me caracteriza me urgia buscar el lugar que habíamos elegido para comprar las hojaldras por lo que exprese al natural —como vamos a poner hojaldras industrializadas a nuestras madres ¡no! tienen que ser originales y ricas, que se sientan orgullosas de sus hijos ¡la espiritualidad brotando! A punto de claudicar escuché decir a Roberto —Y si hacemos otro intento— la esperanza manifestándose, automáticamente dije ¡sí! Dimos la vuelta para volver a buscar la panadería acordada y ¡ahí estaba! El alocamiento instantáneo, la efusividad y el rostro radiante expreso: ¡aquí es! Y efectivamente ahí estaban las ricas hojaldras y hasta un cochinito encontramos. La espiritualidad nos encauzo a continuar el recorrido del resto de las compras para nuestros muertos. Es una delicia mirar como la casa se impregna de espiritualidad y hasta mi hijo participa mirando lo que hacemos; Roberto colocando la ofrenda, Consuelo escribiendo e Ivan llendo y viniendo. Amo este día porque desde hace más de una década experimento una real conexión con mis muertos aun y cuando no ponga ofrenda.






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