Los mínimos actos son curativos
Ayer sembré una gardenia, una planta que me recordó
mi infancia. Desconozco porque a una de mis hermanas le fascinaba regalarme
gardenias, acto que guardo en el corazón. Siempre que pasaban los marchantes
vendiendo gardenias por su negocio compraba un ramito para mí. Deliciosos
detalles que se quedaron prendados en mi
corazón. Ahora que fui al mercado hacer mis compras mire que vendían gardenias,
el solo mirarlas atrapo mi corazón casi como imán, a mi mente llego aquel
exquisito aroma, aun si acercarme a ellas. Llego la juventud cuando me
regalaban gardenias, llegaron a mi corazón los sagrados recuerdos del pasado.
Sin meditarlo la compre a sabiendas de que en casa no tenía espacio para
sembrarla. Soy tan impulsiva que eso no me importo, simplemente compre aquella
hermosa gardenia. En casa me dicen -piensa antes de actuar- ¿pero quien se pone a pensar frente a la
belleza? no lo pensé, solo la compre. Son de esos días en que uno simplemente y
sencillamente se entrega a la vida, se empapa de la divinidad, del instante que
trae al presente la vida plasmada en una planta. Son de esos días que parecen mágicos.
Sin embargo cuando tuve esa gardenia entre mis manos no sabía qué hacer con
ella; obsequiarla, plantarla en casa, regresarla… pensamientos que de pronto
surgieron, pero me aferraba a tan divina esencia que llevaba entre las
manos, así que sin pensarlo como es mi costumbre, decidí casi en automático sembrarla
en la vía publica en un lugar donde los arboles crecen divinamente, la sembraría
en un espacio comunal…en un parque. Así que emprendí acciones, fui por lo
necesario a casa para sembrar la gardenia, pero durante el trayecto los pensamiento
continuaban; que van a decir, me van a regañar, la van a destruir, se la van a
robar, se van a enojar guau… justo en tan volátil pensamiento emprendí mi amada
meditación si, sublimemente me tome del corazón y me dispuse a meditar. A meditar
acto, tras acto al sembrar aquella
planta en la vía comunal. Paleada tras paleada que daba para hacer el hoyo
centraba mis sentidos, sentía el aroma de la tierra, su humedad, el aire que me
tocaba, la esencia divina de los frondosos árboles y por supuesto a EL susurrándome de entre la nada. Para cuando el hoyo quedo listo para sembrar aquella
gardenia la tome entre mis manos, evoque una oración, aspire el aroma de sus
flores y la sembré. Ame esos instantes, ame a Dios. Le puse un poco de agua y
ahí deje aquella gardenia.
Aromas que me recordaron mi juventud, aromas que
engrandecieron mi corazón en cuestión de instantes. Desconozco que sucederá con
aquella planta, pero conozco que un simple acto me lleva a tocar a Dios.
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